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Tras deslumbrar con la casa encantada que (probablemente) más sórdidos secretos ha acumulado en la historia, y fascinarnos con ese manicomio donde la serie alcanzó sus más altas cuotas de terror, la tercera temporada de American Horror Story supuso un duro varapalo para los que, como un servidor, defendíamos esta genial locura a capa y espada. Las brujas de Nueva Orleans nos confirmaron la deriva de una serie que aún tenía muchísimo que ofrecer, pero no por el camino de lo hortera. Imposible provocar temor con esos colores chillones, esos personajes estrambóticos dando tumbos sin objetivo alguno.

Un circo de freaks de los años cincuenta parecía una idea demasiado buena para no darle una oportunidad, y así lo hicimos. La cabecera de la temporada, una preciosa obra de arte macabra en slow-motion que uno no se cansa de ver (quizá la mejor de la serie), aumentaba nuestras esperanzas. Esos payasos turbios y esos engendros recordaban, para bien, a la fauna que poblaba Briarcliff. Pero no fue necesario más que un capítulo para comprender que los creadores de American Horror Story han tomado otro camino, y se aferrarán a él hasta el final.

Puntuales estallidos de violencia parecen un oasis en medio de unas historias demasiado inconexas, insustanciales, volviendo a temas ya tratados mil veces en otras temporadas. Incluso el especial de Halloween se quedó a medias. El villano de la temporada es tan absurdo que a veces resulta genial, y otras muchas, lamentable. Sin embargo, si algo tuviera que rescatar de este Freak Show, sería él (por supuesto, no el primer villano, que acaba siendo irrelevante).

El personaje de Jessica Lange merece una mención aparte. Normalmente lo mejor de la serie hasta que se hizo bruja, ya sobra en este universo aunque se intuye que sin ella todo se desmoronará. Su actuación está a un gran nivel y su historia podría ser interesante, pero personalmente, cada vez que empezaba a cantar me salía de la serie. Se rompía cualquier atmósfera donde me estuviera sumergiendo, y ya no me creía nada. Gracias por todo, pero si no vuelve en la quinta, no me quejaré.

American Horror Story nos ha brindado grandes momentos durante sus cuatro temporadas, y quedará para los anales con justicia como una serie rompedora y creadora de escuela. La moda de las antologías, las temporadas únicas y sucedáneos, le deben muchísimo. Ese terror pasado de vueltas que nos encandiló. Los excesos. Lo impredecible. Pero este Freak Show, por desgracia, acabará en el mismo cajón que las brujas. Quizá por encima de ese fiasco, pero olvidado también. Sólo para los muy fans de Ryan Murphy.

Y sin embargo, volveremos a caer. Las veces que sean necesarias. Porque cuando dan con la tecla, esta serie nos lo hace pasar como pocas. 

 

LO MEJOR: "Los títulos de crédito, sublimes, la variedad de unos freaks con más potencial que desarrollo y el villano”

LO PEOR: "Los números musicales, insufribles, y las siamesas, a las que se da demasiada importancia para el poco interés que despiertan"

El exceso vuelve a nuestras pantallas en este circo de los horrores comandado por una Jessica Lange que debería dejar de monopolizar los focos para permitir que se desarrollen otras historias y personajes. La cuarta temporada ha mejorado a su predecesora, pero esperamos mucho más horror. Lo exigimos.

Después de cuatro temporadas con cuatro personajes diferentes Jessica Lange deja la serie

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