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Nacido el 9 de junio de 1961 en Nueva York, Aaron Sorkin es uno de los hombres que han contribuido a hacer de las series el fenómeno que son a día de hoy. Uno de esos prodigios en el milenario arte de utilizar las palabras, hilvanarlas y brindarnos grandes historias. La mayoría prefieren el detalle y la introspección, y de ahí las inabarcables obras maestras de la literatura. Otros acaban tentados por las luces y las alfombras rojas de Hollywood. Y aunque Sorkin ha acabado sucumbiendo a esto último, es justo reconocerle un papel que muchas veces se atribuye en exclusiva al creador de los Soprano.

Pocos saben que Sorkin inició su carrera de forma meteórica con el guión de  A Few Good Men (1989), película eternamente recordada por el discurso de Jack Nicholson en el estrado. Y sin embargo, ya en ese discurso se aprecia la que sería principal virtud y faltas de su autor: la necesidad imperiosa de sentar cátedra.

La inmortalidad artística le llegaría poco después, al mando de una de las series más exitosas de la historia. El ala oeste de la Casa Blanca (1999-2006) es una parada obligada para todo seriéfilo, y su récord de 9 Emmy por su primera temporada todavía sigue imbatido. Sorkin nos brinda su obra maestra quizá de forma temprana, pues desde 2003, cuando decidió abandonar la serie, ha fracasado en todos  y cada uno de sus intentos por repetir la fórmula.

Sus diálogos rápidos y densos y su visión del mundo pueden arrastrar a sus adeptos hacia cualquier obra que nos quiera ofrecer (me incluyo), pero objetivamente, hace años que la firma de Aaron Sorkin en televisión es sinónimo de minoritario y quizá, peor aún, elitista. Studio 60 y The Newroom son dos pequeñas series imperfectas, con grandes aciertos y grandes equivocaciones. ¿Merecen su desprecio por parte del público? Quizá.

Quizá Sorkin se sienta más cómodo con guiones cerrados y personajes reales (La red social, Moneyball, el futuro biopic de Steve Jobs). Quizá. Pero sin arriesgar, difícilmente volverá a ser más que un mercenario de las letras. Muy bien pagado, eso sí. Pero personalmente prefiero sus patinazos en la pequeña pantalla que la mejor escena dirigida por el mejor Fincher, si el material de base no está a la altura. 

El mago de los diálogos imposibles

"Yo no poseo la inteligencia que admiro, pero tengo el don de imitar su sonido

"Escribir consiste en comprender la intención de los personajes y los obstáculos a los que se enfrentan"

"Desde muy pequeño el sonido del diálogo fue para mí tan importante como su significado"

Sorkin dijo

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