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Mucho ha llovido desde que Aaron Sorkin era idolatrado por su visión de la política en El ala oeste de la Casa Blanca. El único nombre capaz de competir e incluso aventajar a los Simon, Chase o Ball, con un Oscar bajo el brazo por su guión de La red social, ha encadenado sonoros fracasos en la pequeña pantalla que han precipitado su decisión de abandonarla y dedicarse exclusivamente al cine. Una verdadera lástima, pues creo que tanto el biopic sobre Facebook como la intrascendente Moneyball no están a la altura de lo que Sorkin nos ha brindado en televisión. 

Esa visión idealista que plasma en todas sus obras, con protagonistas de gran inteligencia y valores éticos inquebrantables en lucha perpetua contra el mundo, parece que ha llegado a cansar. Curiosamente ha sido su serie sobre periodistas honestos la que ha llenado el vaso. Una serie que nos debería motivar para ser mejores, para estar mejor informados, para exigir, ha recibido un sonoro abucheo por parte de la audiencia. La moda es regodearse en la degradación moral, pero precisamente por ello es tan necesario que Sorkin siga hablando. La inteligencia, la integridad, el esfuerzo. Si nadie defiende eso, ¿qué queda?

 

 

Mejor dicho, en contra de su actual momento creativo y laboral, que queda lejos de aquel microcosmos político que hace casi una década se convirtió en la referencia del género. Porque Sorkin se empeña en perpetuar sus defectos, mientras sus virtudes se diluyen en situaciones que se repiten y dan lugar a embarazosos vídeos de Youtube.

Si nos ceñimos a su última producción, la abruptamente finiquitada The Newsroom, Sorkin ha pasado los últimos años ajustando el mecanismo de una maquinaria que nunca pareció afinada. Cuando en la segunda temporada decidió reinventarse fracasó, en mi opinión, por partida doble, traicionando la premisa inicial con una historia poco verosímil.

Para su desgracia, con El Ala Oeste de la Casa Blanca Sorkin situó bien alto su listón, mostrando a quien quisiera mirar, lo que era capaz de hacer. Y sé que resulta imposible sentar cátedra con cada producción aunque esa sea la premisa con la que nazca cada serie. Pero no era pedir demasiado que Sorkin desterrase sus prejuicios, tratase de ser menos moralizador y crease personajes auténticos. Aún así espero que la amenaza de no regresar a la televisión sea sólo eso. Y vuelva para callar las bocas de quejicas como yo.

 

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